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lunes, 25 de febrero de 2013

No hace falta dar razones aunque las haya...

A veces a una hermandad uno llega por diferentes motivos. Quizás sea la hermandad familiar, y la de nuestros padres, los padres de nuestros padres y así hasta no se sabe cuándo. Y parece que llevemos en la sangre unos genes comunes con todos nuestros hermanos de la hermandad. Otras quizás llegamos por la cercanía, por ser la cofradía del barrio, o porque en la cofradía de nuestra familia hasta una cierta edad no se permite salir de nazareno. Puede incluso que nos hagamos de una cofradía por ser la de nuestros amigos o la de la nuestros primeros amores... En el caso de los que formamos el blog cada uno tenemos, por expresarlo de alguna forma, nuestras hermandades de origen. Pero todos hemos acabado en el mismo destino. Cada uno hemos decidido el cómo y el porqué hemos confluido de alguna forma en una misma devoción. Y sin saber el camino previo sé que en ese destino hemos encontrado amigos y que esos amigos ya son familia. La tranquilidad de saber que cuando uno se acerca por allí va a su casa, y no porque lo pongan en un azulejo, no. Porque te lo hacen sentir al traspasar esa puerta. Que uno llega a esa parroquia y sabe que tanto Él como Élla están allí para que les hables de tus cosas, de tus alegrías y tus penas. Nadie mejor que Ellos para poder comprenderlas y confortarte. Y poder tener el privilegio de ser sus pies durante solo unas horas al año no es nada comparado con que Ellos sean nuestros pies y nuestras manos el resto de horas del año. Es infinitamente mucho más lo que recibimos de Ellos que lo muy poco que podemos ofrecerles nosotros. Seguramente no hacía falta dar motivos, nadie los pidió ni nadie los esperaría. Pero a veces no está de más dejar constancia. La imagen tomada de Ramón Simón. Las miradas del amor.